Hace unos días me acordé de tanta gente como hay que experimenta asiduamente la quietud de un buen día de campo.
La paz que transmite el aire libre de un paraje cualquiera se convierte en un manjar muy demandado en nuestra agitada vida moderna, y son muchos los que buscan la escapada campestre como catarsis para los ajetreos del día a día. Sin embargo, me refería más bien a los que conectan de alguna manera especial con la naturaleza, sintiendo y consintiendo un flujo especial entra ésta y el espíritu cansado de tanto estrés.
Y es que es muy fácil sentir en un entorno natural lo cerca que estamos del "suelo", lo mucho que tenemos en común con esa tierra de la que hemos surgido, con esa luz que nos invita a aspirar a algo más, con ese aire que nos llena los pulmones y nos hace sentir mejor. En mi caso, tal vez precisamente por el hecho de vivir en una casa en las afueras, por las circunstancias laborales de mi mujer, y por la interminable tarea de criar niños, se da mucho menos eso de la salida al campo, y cuando hay una, se convierte en una ocasión especial.
La salida del otro día, además, reunía una serie de circunstancias que no siempre se dan. En primer lugar, el paraje era algo retirado y apenas había gente en los alrededores, por lo que la sensación de libertad era plena. Bastaba alejarse unos metros de la barbacoa para encontrarse completamente solo y en silencio, apenas escuchando el cantar de los pájaros y la leve brisa que añadía frescor a una temperatura de por sí excelente. Con esta desconexión, aun de sólo unos minutos, no es raro percibir la fuerza de la Creación de Dios, imaginar cómo fue el mundo en su origen, cuando fue preparado para el hombre y entregado para su pleno disfrute y provecho. Así, sencillamente y sin complejos, porque además está en perfecta sintonía con todos los descubrimientos científicos (otra cosa es que se pretenda buscar ese enfrentamiento que, repito, no existe). Y claro, es fácil tener sueños de plenitud y experimentar los deseos de algo superior y definitivo que sabemos que nos espera a todos.
Además, la compañía no podía ser mejor. Ya el hecho de estar la familia al completo y ver a los críos disfrutar del entorno es un gozo, sobre todo por volver a comprobar lo bien que sienta la naturaleza a los sentidos de los niños, demasiado embuídos hoy en día en maquinitas y pantallas. Pero además los compañeros de trabajo de mi esposa, gente sencilla y sana de raíz (algo tan escaso hoy en día), crearon un entorno agradable y hospitalario a rabiar, por lo que el día fue pasando de forma deliciosa dejando un dulce remanso en todos.
Es entonces cuando inevitablemente pienso en el Cielo. ¿No será así? ¿No anhelamos todos la presencia de nuestra gente querida y el disfrute con ellos de un entorno así? Pero además estaremos colmados, no echaremos nada en falta, como ocurre ahora, donde siempre nos faltan algunos y donde palpamos la obra, pero añoramos al Creador.
Tampoco tendremos las limitaciones de nuestra vida mortal, pues el día fue estupendo, pero las necesidades básicas siempre estaban al acecho. Fue bueno poder calmar la sed, el hambre, resguardarnos del sol bajo las sombras, suplir los anhelos más secretos jugando con los niños.... pero será aún mejor cuando no estemos sometidos al dominio del cuerpo, cuando no temamos que se eche la noche encima porque nada malo podrá pasarnos, cuando ninguna tormenta pasajera pueda amedrentarnos.
Así lo imagino y lo espero, y mientras tanto, experimento un día aquel con una mirada sobrenatural que me hace saborear un pequeño anticipo de lo que será la otra vida. Como un regalo, no por nuestros méritos, sino por la Misericordia de Dios. Y repito, con sencillez y sin complejos. Así es nuestra fe.
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