Me costó trabajo encontrar algunas fotos en el maremagnum de archivos que he ido acrecentando con mi afición a la fotografía. Sin embargo, no me costó ningún esfuerzo recordar el ambiente que se respiraba escuchando esas precisas homilías de Jorge en el fresquito atardecer veraniego, en la urbanización Salomar 2000. Tan solo pretendía captar algo de esa atmósfera, haciendo uso de la poca luz que quedaba y sin dar la nota moviéndome de mi sitio: familias enteras, vecinos, amigos... todos nos dábamos cita para terminar la semana cumpliendo el precepto dominical.
Podríamos decir que pertenezco a esa clase de “feligrés estival” que se deja caer por Salobreña con la frecuencia anual que marcan las vacaciones. Y este año, como tantos, esperaba ya las misas del padre Jorge con esa alegría que genera, no sólo el encuentro con alguien querido, sino también el ardor interior motivado por sus palabras y temple. Y es que, el carácter afable y cercano de Jorge ha ido dejando a lo largo de los años un firme poso de continuidad, como cuando las cosas no solo se “hacen”, sino que “nacen”.
Ojo. En esta percepción no solamente me dejo llevar por las sensaciones del trato personal, siempre precedido de la amabilidad y cariño verdaderos, pues alguno podría decir que un cura no sólo debe ser bálsamo, sino también guía, llamada, pastoreo... Y he aquí que sin duda puedo también dar testimonio del prisma de su vocación, que a mi entender refleja vivamente, nada más y nada menos, que el carácter misericordioso de ese Dios que Jorge tan bien conoce. Claro, los matices de algo tan peculiar como una vocación sacerdotal, no se captan a la primera de cambio, pero tampoco es difícil percibir esos dones si se tiene un poquito de sensibilidad. Nada mejor para ello que recibir algún sacramento de tan bellas manos, especialmente el de la confesión, en el cual la Gracia divina opera a través de la riqueza personal del sacerdote. Es entonces cuando los diálogos, la distensión motivada por ese “querer estar cerca”, trabajan a una, ofreciendo con ello consuelo y abrazo paternales a los corazones arrepentidos. Yo mismo fui uno de esos agraciados...
Y añado algo más para no confundir, para que no haya quien piense que este punto de vista sólo procede de una sensiblería desbordada por mi parte. Volviendo a esas ricas homilías que antes mencionaba, siempre he encontrado por parte de Jorge un mensaje claro, coherente, transparente y directo; siempre maniobrando hábil con la piedra angular que pretende hacernos despertar a una idea clave: Dios se refleja en el prójimo, y no podemos construir una relación sana con Él que no parta del trato generoso con nuestro hermano. Teoría y práctica bien definidas; no podemos decir entonces que le falte a Jorge el carácter profético.
Y así, con bella constancia, con la necesaria fidelidad a su ministerio, han llegado los 25 años. Creo que debemos ser próximos en edad, ya algo pasaditos los 40, momento perfecto para hacer balance: conscientes de la plenitud de facultades, pero sabiendo que las cosas no están para dejarse caer de brazos.
Como feligrés peregrino, no he podido lógicamente vivir sus tareas pastorales en el seno de la comunidad parroquial de Salobreña, pero seguro que los tranquilos parroquianos de este bello pueblo costero podrán añadir mucho en su favor. Y es que creo que este es momento de reconocimiento, de agradecimiento, y sobre todo, de devolver a Jorge un poquito de lo que nos ha ido ofreciendo a todos. Recibe pues nuestro pequeño homenaje como un regalo, seguros de que Jesús también se deleita con los momentos de gozo de Sus muy amados sacerdotes; y tómalo como un consuelo colmado de cariño que venga a sanar un poquito esos difíciles momentos que, sin duda, también han existido en tu peregrinar al servicio de Dios y de los hombres.
Tu ofrenda fiel ha movido montañas, y aunque no es aquí donde se desvelarán los frutos, desde luego... buenas pistas has ido dejando por el camino.
Gracias, de corazón Jorge. Y ahora... ¡a por las bodas de oro!