lunes, 25 de julio de 2016

Don Miguel Peinado Muñoz. Descanse en paz...




  ... Y brille para él la luz perpetua. No me cabe duda de que ya lo hace. Don Miguel disfruta ya de la Luz eterna a la que todos estamos llamados. No son bellas palabras ni un fingido consuelo. Don Miguel se ha reencontrado con aquellos otros familiares y amigos que se acogieron a la Misericordia Divina, y por fin ha podido tener ese encuentro íntimo, cara a cara, con Nuestro Dios y Señor.

     Traté sólo a don Miguel en los últimos años, siendo ya párroco en El Chaparral, donde cumplió de forma ejemplar con el encargo que le hizo nuestro obispo don Javier: cuidar a las familias.
     Poco puedo añadir a algo por todos sabido, como fue su gran formación y conocimientos adquiridos, no sin esfuerzo; pero sí puedo atestiguar su dedicación plena al cuidado su parroquia y sus familias. Para ello, además de su tesón y valía,  se vio también arropado por un grupo de feligreses y amigos muy allegados a él y que han hecho una labor excepcional. Ellos fueron los que le ayudaron en sus tareas y también los que lo acompañaron en su momentos de dificultad.

    Siempre suele decirse en estos casos que es pronto para que una persona fallezca, no sólo por la edad sino también por la plenitud de facultades, pero es el Señor quien tiene en sus designios todas las respuestas. 
     Don Miguel se encontraba en un buen momento como sacerdote, desde el estatus que da la experiencia acumulada y, sobre todo, por qué no decirlo, la pesada cruz que cargaba con paciencia. No hay sacerdocio sin cruz, y don Miguel arrastraba una dolencia pulmonar con un pronóstico incierto desde hacía varios años. Apenas unos días antes de ser ingresado por última vez, mi mujer y yo tuvimos la oportunidad de charlar con él al término de la eucaristía, y al preguntar por su dolencia, pues tenía muy buen aspecto, nos comentó que los médicos estaban cambiándole el tratamiento para intentar hallar la causa de su enfermedad. Daba la impresión de que no era un asunto fácil, y concluyó su explicación diciéndonos: "Estamos en las manos de Dios." 




     Fue la última vez que lo vimos con vida, y ese breve encuentro fue toda una lección de humildad y confianza en Dios, si acaso, la lección más importante que podamos recibir de un sacerdote. Gracias don Miguel, ténganos muy presentes allá en el Cielo.